¿Cómo revitalizar la iglesia?
Marco A. Huerta
Da la impresión que a esta pregunta, le siguen respuestas bastante sabidas y evidentes, sin embargo, al abordarla de manera más concienzuda, podemos reconocer la complejidad que conlleva el responderla.
La pregunta lejos de ser sencilla y tomada a la ligera, es una pregunta inteligente que amerita entretejerla con el saber propio del quehacer académico y desde los tejidos de la vivencia y praxis pastoral.
En lo personal, no concibo el diálogo sobre la revitalización de la iglesia como un simple apéndice reflexivo, más bien, lo percibo como un verdadero campo disciplinario donde pastores, académicos del quehacer teologal, líderes e incluso laicos somos invitados a dialogar y contribuir. A esta invitación inclusiva, le haría bien al ejercicio reflexivo, el involucramiento de los niños, los jóvenes, mujeres y los ancianos. Todos ellos, hombres y mujeres, enriqueciendo las ideas y las conclusiones posibles.
Ahora, partamos considerando la pregunta del “que es”; ¿Qué es revitalizar la iglesia? Sin duda, que la revitalización es un proceso. Básicamente es llenar de vitalidad la comunidad de fe. La revitalización es concebir y sustentar la libre transversalidad de procesos de motivación, innovación, re-significancia y transformación. Todo esto en un dinamismo coyuntural, donde la comunidad existente renueva su sentido de “ser iglesia en Cristo” y su sentido misional de “ser iglesia en el mundo”. Es un “ser y ser”; ser en su relación con el misterio de su primigeneidad en Cristo y ser como metáfora viva en el mundo (sal, ciudad de luz, pescador, ciudad de refugio, cuerpo de Cristo, entre tantas bellas imágenes).
Siempre he mantenido la idea, de que la revitalización no debe ser excluida de ninguna reflexión eclesiológica, especialmente en aquella que involucra la tarea de plantar nuevas comunidades. Revitalización y plantación son preocupaciones vitales e indivisibles, y en algunos casos, la revitalización antecederá a la plantación de nuevas comunidades.
¿Qué conlleva la revitalización de la iglesia? ¿Qué revitalizamos? Sobre estas preguntas, enumeraré algunos pensamientos:
1. Algo que me parece importante en el proceso de revitalizar, es la necesidad de volver a reconocer el sentido primigenio de lo que significa ser iglesia. El pastor y escritor chileno Gabriel Gil sostiene, que es imposible pretender revitalizar la iglesia sin antes saber que es en sí la iglesia[1]. En un diálogo amistoso, informal y espontaneo sobre eclesiología viva, que tuve con mi colega y amigo Jaime Hans (pastor y teólogo luterano), concluíamos en la necesidad vital de volver a re-definir la novedad paulina ἓν σῶμά ἐσμεν ἐν Χριστῷ – jen soma esmen en Jristoo “un cuerpo somos en Cristo” y los entornos que la definen, sostienen y enriquecen (pronto un escrito sobre este diálogo).
Pareciera que no tendríamos la necesidad de algún proceso como tal, ya que asumimos la idea de que está muy sabido el tema de la iglesia. Pero la verdad, es que hay cierta limitación interpretativa, especialmente en la comprensión de la riqueza metafórica de la iglesia y en las conclusiones directas sobre lo que significa ser comunidad de fe. Por lo tanto, recobrar el sentido primigenio, va desde el hacer lecturas neo-testamentarias, con el fin de interconectarnos con sus imaginarios eclesiásticos, hasta el ejercicio hermenéutico donde toda la comunidad (mujeres, varones, jóvenes, niños y ancianos), nos animamos a pensar nuestro sentido de identidad y misión.
Para algunas ideas o conclusiones eclesiológicas sobre sentido de identidad y propósito, les recomiendo la lectura a un escrito que hice en el 2014 sobre “La Iglesia en Cristo”. Dicho artículo plantea de manera más pensada la comprensión del sentido primigenio del misterio de la iglesia[2].
¿Por qué es importante reconocer el sentido primigenio de lo que significa ser iglesia? Es importante por la razón de que no podríamos revitalizar la iglesia, sino iniciamos por la comprensión de su naturaleza, desde ella misma. No puedo revitalizar aquello que desconozco su naturaleza, dinamismo y propósito. La iglesia se revitaliza preguntándose a sí misma, desde el interior de su misterio; ¿Qué es ella misma?
El proceso de revitalización se vería fragmentado e incluso limitado, sino iniciamos con la pregunta desde la interioridad. Sin duda, que la misma Palabra nos volverá a proveer los mosaicos idóneos, para nuevamente definir la comunidad de seguidores de Jesús.
2. Una vez reconocido el sentido primigenio y construido nuestra re-significancia e identidad como comunidad de seguidores de Jesús, debemos plantear la revitalización del recurso ministerial. Si hemos revitalizado la iglesia, también debemos procurar que el liderazgo también se revitalice. En esto buscamos vigorizar al liderazgo, para que el ejercicio de sus talentos, riqueza intelectual, dones, capacidades, madurez emocional y toda habilidad emergente, estén en su máximo esplendor y operación.
En el 2013 escribí una breve reflexión pastoral sobre “Fiel a la vocación pastoral”. Básicamente es la exposición de algunas ideas sobre la comprensión del modelo ministerial de Jesús, en la vida de los que hemos sido llamados a presidir y perfeccionar a los santos para la obra del ministerio. Recomiendo la lectura de esta reflexión[3].
En la segunda carta de Pablo a Timoteo (3:16-17), el apóstol expresa la importancia de la Palabra inspirada como saber espiritual, intelectual y emocional. El apóstol plantea la necesidad de que el hombre de Dios, sea perfecto y preparado para toda buena obra. Todos los que ejercemos la diaconía, a través de la responsabilidad de presidir, tenemos que ser constantemente revitalizados en nuestro potencial espiritual, intelectual y emocional.
La obra de Dios siempre es buena, ya que es una obra que Dios la encamina con un propósito claro. No es una obra improvisada; de lo contrario, daría lo mismo si los líderes de dicha obra tuvieran o no capacidades competentes. Pero como es una obra inteligentemente ideada y revelada con propósito, el liderazgo que la preside debe buscar revitalizar sus capacidades, para dirigir a la iglesia local hacia sus escenarios más productivos.
3. Un tercer elemento a considerar, es la revitalización del proyecto de Jesús; “haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19-20). Pareciera que este punto estaría bien enraizado en nuestro entorno eclesiástico, pero en realidad, cuando hablamos de discipulado, más lo pensamos como un espacio ocasional de estudio bíblico, delatando una visión muy precaria del proyecto de Jesús.
El proyecto de Jesús es una experiencia coyuntural, donde se transmiten no sólo saberes bíblico-teológicos, sino también vivencias, pensamientos, sentimientos y formas de ver la vida. Discipulado en el modelo de Jesús es compartir no sólo información, sino también la vida misma. Recordemos que el estilo discipulador de Jesucristo es una vivencia, un caminar y un vaciarse diario por otros, para que estos aprendan no sólo de lo que se dice, sino también de la manera en que “se es o se vive”. Los discipuladores transmiten no sólo su saber; también trasmiten su ser.
El discipulado debe volver a ser parte de la tarea pastoral. Discipulado es acompañamiento, mentoría, enseñanza y pastoreo. Una comunidad de discípulos, es la forma que Cristo imaginó a sus seguidores. En medio del frenesí por los números grandes y las mega-congregaciones, debemos plantear la importancia de los grupos íntimos, como espacios idóneos para personalizar la pastoral y llevar a cabo el proyecto de Jesús.
4. Debemos revitalizar los espacios para el desarrollo de talentos y dones de los laicos; especialmente el talento de los niños, las mujeres e incluso el aporte significativo de los ancianos. Esto lo basamos en la idea que tenemos de la iglesia como una comunidad no sólo diversa, sino también inclusiva. Abrir espacios es deconstruir la jerarquización o el clero-centrismo, e incluso, el adulto-centrismo. Recordemos que somos una comunidad de fe para todas la edades.
Por clero-centrismo pensamos en los puestos, responsabilidades y oportunidades que sólo giran alrededor de unos pocos que ostentan cargos de liderazgo, algunas veces preferenciales. Por adulto-centrismo lo decimos por la centralidad que ocupa el adulto en la experiencia de fe, en el diseño de nuestra liturgia, administración y programas. Nuestros espacios de participación están más pensados en los adultos y no tanto en los niños, jóvenes y ancianos y en algunos casos, no pensado ni en las mujeres.
Revitalizar los espacios, surge del axioma de que si bien es cierto somos uno, pero de ninguna manera una uniformidad. Más bien, el ser uno surge del reconocimiento de que somos una bella diversidad. Somos uno en una diversidad que se halla con un profundo sentido de comunidad. Somos comunidad con diversos caracteres, necesidades, capacidades, talentos y dones, y tal cuerpo de virtudes diversas deben ser nuestra mayor inversión.
5. Enfocarnos en revitalizar la fuerza de los grupos pequeños. Como dije anteriormente, el deseo por las grandes comunidades, nos puede llevar a desestimar la importancia de los grupos pequeños, ignorando que son estos los espacios que nos permiten concebir ministerios más especializados. Además, nos permiten redescubrir el beneficio de los colectivos homogéneos, algo que quizás no se podía vislumbrar, especialmente en el modelo estructural que consideraba sólo cuatro bloques generales; ministerio de varones, de damas, jóvenes y niños.
Grupos pequeños homogéneos podrían ser ministerios hacia los universitarios, madres solteras, empresarios, niñez, círculo de lectores, grupos de arte contemporáneo, jóvenes adultos solteros, matrimonios jóvenes, ministerio hacia los ancianos, pastoral pro-inmigrante, grupos de tribus urbanas, ministerio al no vidente, ministerio hacia discapacitados y muchos otros ministerios que la comunidad de fe podría fácilmente organizar. Estos ministerios especializados, se transforman en verdaderas realidades coyunturales muy fuertes, ya que no sólo se crea un fuerte sentido de identidad y pertenencia, sino una notoria identificación de propósito. La iglesia local al permitir los espacios para los grupos homogéneos, logra darse a sí misma amplitud de visión y por ende, revitalizar su misión.
La propuesta no es el de eliminar las estructuras, sino el de potencializarlas; por ejemplo, en el ministerio de jóvenes podría desarrollarse grupos homogéneos como ministerio hacia los universitarios, noviazgo, tribus urbanas, arte contemporáneo y tantos ministerios que se identifican con la juventud. Los grupos pequeños homogéneos no deconstruyen modelos, sino los vigorizan. Haciendo más contextual la misión urbana de la iglesia, dándole presencia en los espacios públicos, haciendo más cercano el mensaje a las necesidades específicas de la sociedad y estimulando la innovación y creatividad misional.
6. Otra proposición a considerar, es la revitalización de la educación en la iglesia local. La misma educación bíblico-teológica permite procesos pedagógicos revitalizadores, por lo tanto, nos conviene tenerla ampliada, enriquecida y renovada. La educación debe incorporar nuevas preocupaciones en su pensum, ya que no sólo se revitaliza la técnica o la logística, también se revitaliza el contenido educativo.
Necesitamos nuevos temas que aporten a la revitalización integral. Nos preocupa el dogma, la tradición y el saber teológico, pero también la vida, la solidaridad, el amor y la esperanza. No sólo nos preparamos para ser buenos ministros, también para ser buenas personas. No sólo nos preocupa fortalecer la estructura y los modelos de crecimiento, también insistimos en enriquecer y ampliar el potencial humano. Recordemos que hablar de la iglesia, no es hablar de un edificio o de una realidad institucional; hablar de la iglesia es hablar de individuos, por lo tanto, revitalizar la iglesia es revitalizar personas.
La educación siempre es un catalizador de la vitalidad de la comunidad. Las Escrituras señalan que el pueblo pereció por falta de conocimiento (Oseas 4:6), dando a entender, que de alguna manera el conocimiento siempre provee vitalidad. Pedro en su segunda carta habla del conocimiento como una experiencia trascendente en el desarrollo espiritual del creyente (II Pedro 1:5).
Cuando hablamos de la educación teológica, la pensamos como proceso cognitivo, pero también como vivencia propiamente espiritual. Tal conocimiento valora tanto el saber teológico, como el saber espiritual. A través de la educación, la iglesia revitaliza su saber (identidad-conocimiento) y enriquece su hacer (experiencia-misión).
7. Por último, revitalizar nuestra Koinonía ministerial. No sólo revitalizamos nuestros ministerios, también nos preocupa la revitalización de las relaciones interpersonales. Compartir con otros colegas y con otras comunidades es una experiencia vital. El aislamiento, claustro, encierro o el repliegue, sólo aumenta las tensiones internas. Tanto el ministro como la comunidad encerrados en sí mismo, probablemente terminen sofocados y limitados.
Necesitamos el vínculo amistoso, no sólo con los de mi propia denominación, sino con otros con los cuales podemos también compartir la fe y una fresca y renovada visión de reino.
Koinonia es mucho más que ponerse “al lado de”, es más, podemos estar al lado de muchos, pero nunca lograr una saludable interconexión. Koinonia produce un sentido de comunidad con otros que comparten casi las mismas vivencias. Koinonía es sentirme más que al lado de; más bien, es un “dentro de”. La interrelación hace que el vigor, la frescura y la revitalización sean realidades posibles.
Una afiliación o un compartir con otros es estimulante, ya que, en esa concordia se logra universalizar los temas afines. De alguna manera vivimos lo mismo y escuchar al otro como hace con aquello que también yo vivo, es esperanzador.
[1]https://gabrielgila.wordpress.com/2017/04/20/revitalizar-la-iglesia/
[2]https://marcohuertav.com/2014/03/13/la-iglesia-en-cristo/
[3]https://marcohuertav.com/2013/03/03/el-buen-pastor-reflexiones-en-torno-a-la-comprension-biblica-de-la-identidad-y-quehacer-pastoral/
Gracias bendiciones
Sal.
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Saludos y gracias por leer este escrito. Un abrazo