Saludos Marco Huerta, desde la bella Barcelona. Mi nombre es Abner. He leído tu artículo sobre el aborto y me ha llamado la atención los planteamientos filosóficos que abordas. Yo soy médico de profesión y desde hace unos años tomé la decisión de volver a la fe católica. Después de experimentar el vacío agnóstico y vivir un sinnúmeros de infortunios, decidí volver nuevamente a Cristo. En el presente estoy dedicado a cuidar a mis padres, mi profesión y a servir en mi parroquia. Me han venido muchas inquietudes sobre mi fe y mi vocación médica. Quiero unirlas con el fin de servir a Dios a través de mi trabajo. Es por eso que sentí escribirte. Pidiéndote unas líneas direccionadoras; una palabra de consejo para consolidar mi deseo profundo por servir a Dios y sentir la plena satisfacción de que cada jornada de mi vida hospitalaria tiene propósito. Desde ya muchas gracias.

Abner, médico. Barcelona-España

Te mando un saludo fraterno Abner. Tu sentir habla bien de tu fe. Hay muchos profesionales cristianos que deberían imitar tu inquietud. No cabe duda, que tal devoción nos conviene, ya que, se abandonaría con facilidad el inconsciente dualismo que se construye y que demarca fronteras divisorias inexistentes entre el mundo de la fe y el mundo profesional. La verdad bíblica nos enseña, que todo lo que somos y hacemos, debe glorificar al Señor (Romanos 11:36). Esto significa, que nuestro ejercicio profesional debe ser un idóneo escenario para que Dios exprese, con toda libertad y grandeza, su amor y gracia.

Personalmente admiro toda profesión que tiene que ver con el compromiso de aliviar el sufrimiento y el dolor del prójimo. Sin duda, que tal compromiso no es fácil, ya que se asume con responsabilidad los desafíos, tragedias y esperanzas, que tal vocación conlleva.

Tu profesión de médico está fundada en las relaciones interpersonales. Una bella vocación donde la desesperación de los que sufren, deben encontrar sosiego, en aquellos facultados en presentar alternativas de alivio y sanidad. Sin duda es una profesión de esperanzas.

La esperanza tiene que tener un mayor sentido en ti, ya que, a través del evangelio de Dios eres iluminado para reconocer la dignidad de todos y todas, incluso tu dignidad, por las que Cristo murió en la cruz.

Asumir virtudes cristianas en tu práctica médica, es asumir una concreta fidelidad al mensaje del evangelio. La dimensión espiritual te hace descubrir la ética del Espíritu, donde eres expuesto a una definición de la persona mucho mas exigente, amplia y comprometedora. Dejas de mirar a los hombres como el sistema de consumo o la burocracia de las aseguradoras los miran, mas bien, los aprecias desde la misericordia y dignidad del Señor.

En medio de tantos ejemplos de inmoralidad, pobreza filosófica, cierta oscuridad en la capacidad intuitiva de orientar las emociones y la nefasta relación “servicio-negocio-lucro”, que algunos médicos y sistemas de salud han expuesto vergonzosamente, tu inquietud por servir a Dios desde los estándares de la virtud de Cristo, hará de tu ejercicio médico, una realidad donde la honestidad, la verdad y la gracia divina pueda verse perfectamente representada.

Por lo tanto Abner, mira a tus pacientes con sensibilidad divina; como Dios mismo mira la tragedia de los hombres. Ten un alto compromiso de aliviar su dolor y posicionarlos en una situación mucho más digna y mucho mas esperanzadora. No los veas sólo como casos clínicos. Míralos como miró el buen samaritano al moribundo del camino. Míralos como personas necesitadas no sólo de fármacos, sino de algo mucho más profundo; de acompañamiento. Recuerda que una enfermedad no sólo toca el cuerpo, también sacude el alma del enfermo y de los que lo aman.

La palabra dice que Cristo es varón de Dolores y experimentado en el quebranto (lee Isaías 53:1-12). El fue cercano a la tragedia y al camino del dolor. Su caridad mantenía íntegro su mensaje, ya que no sólo aliviaba las dolencias del cuerpo, sino también las del alma y del espíritu. Jesús fue un portador de esperanza, y sin duda, que esto es uno de los mayores ejemplos que podemos encontrar. Ser portadores de esperanza, aún cuando la tragedia o el fracaso médico, ante una enfermedad sea inevitable.  Es en ese momento donde puedes proveer la fe, como el más fuerte de los soportes para transitar la difícil prueba; la fe como la garantía de un buen mañana; la fe como el bien mayor, más perfecto que la misma salud.

Inicia tu mañana siempre pidiendo al varón experimentado en el quebranto, que sea tu compañero de jornada. Abandónate en él, para que haga de ti un instrumento de piedad. Ora en cada intervención y encomienda tus manos al autor de la vida.

Aprende el arte del acompañamiento. Esto sin duda, hará de tu profesión un ejercicio más humano. El mundo necesita médicos cercanos. EL enfermo necesita que en su padecimiento sea acogido. Muchos de ellos tienen fe en Dios a través de ti. Es por eso, que al responder con gestos más humanos y detalles de piel (tocar las manos o los hombros), provocarás el ahínco extra, que sus debilitadas fuerzas necesita.

Te en alta estima servir a los indigentes, a los que están fuera del sistema, al que carece de seguro social o médico, al pobre y al que no podría remunerar tu bien. Esto te expondrá al sufrimiento de los que están en la sombra y periferia del sistema. También hará, que tu vocación se llene de humildad y la dicha de transitar la senda terapéutica, al más puro estilo de Jesús.

Mira tu trabajo como un ministerio, porque si lo es. Considérate un colaborador de Dios en la recuperación de la salud del enfermo. Recuerda que eres un ministro de Dios en la salud y la vida. Al actuar también como ministro de Dios, haces posible el milagro de la presencia de Cristo en el hospital. Cristo es en ti, el varón experimentado en el quebranto.

La iglesia en Cristo existe para lo demás y este es el distintivo apostólico que la caracteriza. Ahora, si somos la iglesia, esto significa que nuestro llamado apostolar es hacer presente, a través de nuestra vida y nuestro obrar, la presencia de Cristo. Si Cristo existió para los demás, también nosotros somos llamados a ese nivel de comisión.

Mira tu vocación Abner, como una forma que Dios cuenta para expresar su amor. Esto te alejará siempre de la tentación de estar enajenado, insensible y lejano al sufrimiento o de darle atención de menos calidad a los más pobres. Mas bien, harás que tu quehacer ligado a su amor se sienta mas sagrado.

Dios por naturaleza es amor, por lo tanto, el amor es una de las presentaciones mas definitorias del ser de Dios. Dios que es amor, expresa su fidelidad y bondad, siendo tú y yo depósitos e instrumentos mismos de esa expresión. Su amor fue demostrado perfectamente en la persona de Jesucristo en su obediencia a la muerte.

Por eso que el testimonio de tu profesión debe centrarse en este nivel de amor; Cristo murió y resucitó para darnos vida y vida en abundancia. Todo amor que nace de Cristo se da en sacrificio, porque hay un prójimo que debe ser amado. Amar al prójimo como a uno mismo, es uno de los paradigmas que estremece la razón, ya que invita, a desarrollar y fortalecer relaciones más humanas, comprensibles y llenas de empatía, donde como médico cristiano no te ves nunca como señor de la salud, sino como siervo de ella.

La fe en tu vida hace que seas fiel a la salud, la justicia y la vida misma. Te constituyes en un propulsor de modelos de acompañamiento y asistencia. Te conviertes en un defensor de la vida, en cualquiera de sus etapas. Te animas a estar de lado de la democratización de la atención médica de calidad. Incluso consideras regalar tiempo de conocimiento y asistencia para los más necesitados.

También desde la fe descubres un nivel más profundo de la piedad de Cristo; considerar al paciente (mi prójimo) como superior a ti mismo (Filipenses 2:3). Esto no sólo estremece la razón sino que la muele. Sin duda, es el camino más difícil en nuestro seguimiento a Cristo, pero a la vez el mejor. Esta virtud, te hará menos orgulloso de tu estatus y más feliz de tu llamado en Cristo de existir para los demás.

Como ministro de Cristo, siempre sentirás el compromiso de estar de lado del paciente. Como médico cristiano no eres un producto del mercado del consumo del bienestar, ni estas para darle mucha devoción a las grandes corporaciones de la salud. Tu compromiso primero es con el doliente, siempre del lado del que sufre. Este compromiso traerá mucha espontaneidad y frescura, ya que no sólo será una relación de diagnósticos y fármacos, también será una milagrosa dinámica de hablar y escuchar, especialmente escuchar del paciente el peregrinar de sus luchas y vivencias.

No cedas al reduccionismo naturalista de ver al ser humano sólo como un sistema, mas bien, míralo como un ser íntegro. El paciente no es anónimo; el tiene identidad y familia; él tiene significado. Por lo tanto, día a día pone a disposición no sólo tu saber, sino tus fuerzas, sentimientos y vocación para encontrarte no sólo con un cuadro clínico, sino con una persona que tiene una historia digna de ser escuchada.

Recuerda que el evangelio da un valor elevadísimo y una redimida definición de la persona. Entender al ser humano desde el mundo de la fe, te dará una nueva comprensión del enfermo, la enfermedad misma y la salud. También traerá, más luz y compromiso, para ser no sólo protagonista de su bienestar físico, sino también la de su alma.

Cuando descubres la fe en tu vocación profesional, descubres que ha sido Dios el que ha puesto tanto el querer como el hacer. Dios ha depositado su fe en ti, para hacer tuyo el mandato de Cristo a sus discípulos, “…sobre los enfermos pondrán sus manos y sanarán” (Marco 16:17-19). Por lo tanto, la fe hace de tu trabajo médico una continuación de la misión de Cristo.

Fundamenta tu trabajo en la humildad de Señor, animándote a recibir a cada paciente como si fuera el mismo Señor. No cabe duda, que no tienes las fuerza ni mucho menos has sido capacitado a este nivel de compromiso, pero como dice el texto sagrado; “sin mi nada podéis hacer” (Juan 15:5). No es en tus fuerza, sino en las de Cristo. Es El en ti la esperanza y la alegría de los que sufren.

Por último mi estimado Abner, recuerda las bellas palabras de María, la humilde sierva del Señor, que ha través de los siglos se sigue escuchando como eco de esperanza. Ella dijo en las bodas de Canaán, “hagan todo el que él diga” (Juan 2:1-11). María sabía que su hijo Jesús, era el Señor de los milagros. Hacer todo lo que el Señor dice, es poner a Cristo en el centro de todo. Es reconocer que El es la salvación y la alegría de todos los hombres. El es la resurrección y la vida. El autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 12:2). El fiel compañero de tu jornada, que cada día le da a tu vida y tu quehacer médico, propósito y sentido eterno.

Marco A. Huerta

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