12984012_10153557762962965_2570215905575049661_oMUJER Y MADRE

Dr. Marco A. Huerta

¿Quién imaginó su don?

Ser mujer y madre es una realidad innata para nada inventada, diseñada o impuesta. Ser mujer y madre es antes que cualquier imaginario colectivo. Es antes que cualquier constructo concebido por la sociedad, la política, la economía o cualquier ley esbozada.

Ser mujer y madre fue imaginada inherentemente en la naturaleza del ser femenino. Fue imaginada por Dios, perfectamente imaginada. No podemos agotar el misterio de esta conclusión, pero en lo que podemos coincidir, es que Dios la imagino para verse de alguna manera reflejado en su dinamismo maternal.

La mujer y madre es un perfecto escenario para que el amor de Dios pueda verse interpretado. Por lo tanto, es Dios que no sólo la imagina, sino que lo imaginado lo convierte en don. Es por eso que toda mujer tiene el don; el don de concebir, el don de ser madre. 

Nido del nuevo ser

La maternidad es el dinamismo más abnegado y solidario donde el nuevo ser no sólo es definido, sino también concebido. La mujer y madre anida al nuevo ser y oculta los entretejidos de su proceso. Ni ella misma es testigo ocular del milagroso episodio, sin embargo, lo disfruta y se deleita imaginándolo en cada momento.

El nuevo ser, que hemos sido todos(as), no podríamos haber sido sujetos presentes, sino no hubiéramos estado abnegadamente anidados en el vientre de nuestra madre y luego concebidos. Estuvimos en el nido de su ser. Fuimos uno en ella. Fuimos imaginado y amado desde antes que sus ojos nos hubieran conocido.

Sólo la mujer y madre, puede amar lo que sólo es imaginado. Sólo ella puede emocionarse con aquello que todavía no tiene en su regazo. Todos(as) fuimos un nuevo ser en ella, todos(as) fuimos locamente amados aun antes de saber quién éramos. Fuimos amados, aun antes de saber qué tipos de personas seriamos y cuál iba ser nuestro proceder futuro, incluso para con ella misma.

Predicadora de la novedad paternal

Cuando mi esposa Erika me dijo esa mañana inolvidable que esperábamos un hijo (Elías y luego Judith), ella me dijo – ¡serás papá!. Me dio la maravillosa buena nueva de mi paternidad. Yo no podía auto-determinar tal dicha; fue mi esposa que al sentirse nido de vida, me dio el derecho de anunciar la noticia; ¡seré papá!

Que maravilloso derecho nos cede la mujer y madre para llamarnos “papá”. Que anunciación más llena de significancia. Sin duda, que la semilla de la vida viene de la participación amorosa de un hombre y una mujer, pero es ella la predicadora de la novedad. Si ella no lo dice no hay novedad, pero si ella lo dice nuevas resignificancias y propósitos se dibujan en los términos de la alianza del amor.

La mujer y madre cuida en su ser la anunciación de la vida. Le canta y toca su piel con la plena idea de que de su interior, el ser anidado también la toca. Es la novedad hecho vida que se espera en la complicidad y la alegría del amor. 

Maestra del más alto concepto del amor

La madre es símbolo de amor y sobre tal virtud no hay cuestionamiento. Quizás por eso, que cuando vemos una mujer y madre que abandona y olvida amar, nos estremece, porque la mujer y madre está diseñada para el amor en toda las dimensiones e imaginarios posibles.

Su cuerpo mismo es amor, ya que el nuevo ser de ella se alimenta. Ella es su supervivencia, su alimento y su abrigo. El nuevo ser no sabe qué tan frágil son los brazos de su madre, simplemente los busca, porque para él no hay lugar más poderoso que su abrazo.

El amor antes de ser piel fue nido (vientre). Todos estuvimos siendo formados en el nido. Por lo tanto, conocemos que lo primero que nos envolvió fue el amor.

Escultora de la fe

Mi madre María Rosa, me enseñó a amar a Dios.  Me enseñó a predicar y me hizo los mensajes hasta los 12 años. Ella fue escultora de mi fe.

¿Qué mujer no le dice a su amado hijo “Dios te bendiga en este día”? ¿que mujer no encomienda a Dios el caminar de los suyos? La fe para ella es patrimonio de la familia, digno patrimonio para ser heredado por sus hijos.

La mujer y madre no sólo esculpe la fe, también cincela el amor como la mayor virtud ennoblecida. Graba en la mente de sus hijos la esperanza, ya que la mujer nunca podría imaginarlos marchitados por la tragedia o el fracaso. Al contrario, los imagina en la cúspide, ya que ellos son el epílogo de su existir. Se ve en ellos en el pináculo de la vida realizada.

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